El amor también se dice con gestos
Decir “te quiero” es hermoso. Pero en la crianza, hay momentos en que el amor se expresa sin necesidad de palabras. Porque el vínculo con nuestros hijos se construye tanto con lo que decimos, como con lo que hacemos, lo que repetimos, lo que sentimos cuando estamos cerca.
Los niños perciben el amor no solo con los oídos, sino con la piel, con la mirada, con el corazón. Y muchas veces, son esos gestos invisibles los que más profundamente les dicen: “Eres importante para mí. Estoy aquí para ti”.
1. Escuchar con atención verdadera
Cuando tu hijo te habla y tú lo escuchas de verdad —dejando lo que estás haciendo, haciendo contacto visual, mostrando interés—, le estás diciendo sin palabras:
“Tu mundo me importa. Estoy aquí para entenderte”.
La escucha activa es una de las formas más profundas de amar. No hace falta resolver. A veces, solo basta con estar disponible emocionalmente, sin juicio.
Escuchar con el cuerpo, con el rostro, con el corazón. Eso construye conexión.
2. Recordar detalles que son importantes para él o ella
Cuando recuerdas el nombre de su peluche favorito. Cuando le servís su taza preferida. Cuando sabés que le gusta dormir con la puerta entreabierta. Todos esos gestos pequeños comunican:
“Te veo. Te conozco. Presto atención a lo que te hace sentir bien”.
Los niños se sienten profundamente amados cuando descubren que un adulto recuerda sus gustos, sus miedos, sus rutinas. Porque eso significa que no pasan desapercibidos.
3. Crear un lenguaje secreto entre ustedes
Puede ser una palabra inventada, un gesto especial, un apodo cariñoso o una canción que canten solo ustedes dos. Esos “códigos afectivos” no solo refuerzan el vínculo, sino que generan una sensación de complicidad que acompaña durante años.
No se trata de planearlo, sino de estar atentos a lo que nace naturalmente en el contacto cotidiano, y atesorarlo.
Ese apretón de manos antes de separarse. Ese silbidito que solo ustedes entienden. Esas cosas que no se olvidan nunca.
4. Cuidar los momentos de transición
La llegada a casa, la despedida en la escuela, la hora de dormir o de despertar. Todos esos momentos son pequeñas puertas emocionales, donde lo que hacemos deja marca.
Decir adiós con una sonrisa. Recibir con los brazos abiertos. Acompañar el sueño con calma. Son formas de decir:
“Estoy contigo. Aunque me vaya, vuelvo. Aunque duermas, estoy cerca. Aunque no me veas, sigo aquí.”
Los rituales breves, cuando se hacen con presencia, comunican amor profundo.
5. Tocar con ternura
Un abrazo. Una caricia en el cabello. Sostener la mano al caminar. Acomodar la mantita mientras duerme. El cuerpo también dice “te quiero”.
El contacto físico, cuando es suave y respetuoso, libera oxitocina —la hormona del vínculo— y transmite seguridad emocional.
Muchos niños que crecen con afecto físico disponible, se sienten más confiados para explorar el mundo, porque saben que hay un lugar al que volver.
6. Nombrar lo que sientes tú también
A veces, decir “te quiero” está en poder mostrarte vulnerable:
“Hoy estuve cansada, pero me encanta estar contigo.”
“Me emocioné cuando me abrazaste.”
“Estoy feliz de ver cómo crecés.”
Cuando expresamos lo que sentimos con sinceridad, le enseñamos al niño que el amor no se esconde, no se calla, no se disfraza. Que el amor se vive.
Y que amar no es solo cuidar: también es dejarse cuidar con gestos simples.
7. Estar presente, incluso en el silencio
Hay momentos en que no hace falta decir nada. Solo estar. Sentarse juntos en el sillón. Acompañar sin hablar. Cuidar sin invadir.
El silencio compartido, cuando hay confianza, se vuelve refugio.
Tu hijo no necesita que hables todo el tiempo. Necesita que estés disponible. Que te pueda mirar y encontrar ahí un espacio seguro donde no hace falta actuar, ni rendir, ni explicar.
Ese tipo de amor no se olvida.
El amor se siembra en lo cotidiano
No es necesario planear grandes gestos. Basta con estar con atención, con ternura, con corazón abierto. Porque los niños no necesitan padres perfectos, sino adultos que los vean, los acompañen, los sostengan.
Y muchas veces, eso se logra con un gesto pequeño y repetido, con una taza servida como a ellos les gusta, con una mirada que dice más que mil frases.
Cuando las palabras no alcanzan… el cuerpo habla
Puede haber días de cansancio, de mal humor, de poco diálogo. Y aun así, puedes seguir diciendo “te quiero” con tus gestos.
Puedes reparar con un abrazo. Puedes volver con una caricia. Puedes construir vínculo, incluso después de un error, con una presencia sincera.
Porque el amor verdadero no se rompe con facilidad, y los niños tienen una capacidad inmensa de perdonar cuando sienten que seguimos estando ahí.
Decir te quiero es importante. Pero vivirlo… lo es aún más
No se trata de elegir entre palabras o gestos. Ambos importan. Pero cuando no sabemos qué decir, o cuando sentimos que no nos sale, podemos confiar en lo que hacemos cada día.
El modo en que los miramos. El tiempo que les damos. La forma en que doblamos su ropa. La sonrisa que ofrecemos al despertarlos.
Todo eso también dice: “Te quiero. Te cuido. Me importas.”
Y eso, cuando se repite con ternura, construye la infancia que se recuerda con amor.
Me alegra haber compartido este espacio contigo.
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