Calmar no es controlar, es acompañar el ritmo emocional del niño
Todos los niños, en algún momento, pierden la calma. Lloran, gritan, se frustran, hacen berrinches. Y todos los adultos, en algún momento, nos sentimos al límite.
Pero gritar para que se calme, amenazar con castigos o retirar el afecto no ayuda. Puede hacer que el niño se calle por fuera, pero se rompa por dentro.
Porque calmarse no es obedecer. Calmarse de verdad es volver a sentirse seguro, acompañado y escuchado. Y eso no se logra con miedo, sino con presencia.
¿Qué pasa cuando el niño se desborda?
En un berrinche, una rabieta o una crisis emocional, el niño no está actuando con malicia. Está:
- Frustrado
- Sobreestimulado
- Cansado
- Asustado
- Sin recursos para regular lo que siente
Su sistema nervioso se activa, y pierde la capacidad de pensar con claridad. Por eso, decirle “¡Cálmate ya!” o “¡Deja de llorar!” no funciona.
Necesita que alguien regule con él. Que lo acompañe hasta que pueda volver a su centro.
¿Por qué evitamos los gritos y amenazas?
Porque aunque parezcan efectivos en el momento, generan:
- Miedo
- Desconexión emocional
- Culpa
- Desregulación más profunda
- Pérdida de confianza en el adulto
A largo plazo, el niño aprende a reprimir lo que siente o a reaccionar con más fuerza para ser escuchado.
¿Cómo ayudarle a calmarse sin gritar ni amenazar?
1. Respira antes de intervenir
Antes de acercarte, respira. Baja tu propia tensión. El niño necesita un adulto regulado, no un adulto que también está a punto de explotar.
“Voy a respirar profundo antes de hablar.”
“Yo también estoy frustrada, pero quiero acompañarte bien.”
Tu calma es su mejor guía.
2. Acércate con tu cuerpo, no solo con palabras
Agáchate, pon tu mano cerca (si lo permite), hacé contacto visual suave. Tu lenguaje corporal puede transmitir:
“Estoy aquí contigo.”
“No necesitas pasar esto solo.”
“Te acompaño sin enojarme contigo.”
Estar físicamente cerca, sin invadir, le da seguridad.
3. Valida lo que siente
“Te enojaste mucho porque no era lo que esperabas.”
“Esto que pasó te dolió.”
“Entiendo que te frustres cuando no puedes hacerlo solo.”
Nombrar lo que siente le ayuda a organizar su emoción. Y sentirse comprendido, baja la intensidad.
4. Usa frases suaves que conecten
En vez de órdenes, elegí frases como:
- “Estoy aquí contigo, respiremos juntos.”
- “Puedes llorar, yo te acompaño.”
- “Cuando estés listo, podemos hablar.”
- “No estás solo con esto.”
Estas frases enseñan que su emoción es válida, y que hay un camino para salir del desborde con ayuda.
5. Ofrece opciones
Cuando la crisis empieza a bajar, puedes ofrecer pequeñas decisiones:
“¿Quieres sentarte aquí o en el sofá?”
“¿Te gustaría un vaso de agua o prefieres estar en silencio un rato?”
“¿Quieres que me quede cerca o que me aleje un poquito?”
Eso le devuelve el control de forma amorosa y segura.
6. Cuida el ambiente
A veces el entorno ayuda mucho: luces suaves, menos ruido, un rincón de calma con objetos que lo reconforten (libros, almohadas, peluches, música tranquila).
No es para distraer, es para ayudar al cuerpo a volver a un estado de calma.
¿Qué evitar durante una crisis?
- Gritar o hablar con tono amenazante
- Decir “si no te callas, te castigo”
- Hacer comparaciones (“tu hermana nunca hace esto”)
- Retirar el afecto como castigo (“ya no te voy a hablar”)
- Reírse o burlarse
- Ignorar completamente (excepto si lo necesita como espacio)
Estas acciones no enseñan regulación emocional, solo hacen que el niño se desconecte de sí mismo o de ti.
¿Y si me desbordo yo también?
Es humano. Si gritaste, si perdiste la paciencia, también podés reparar:
“Perdón por haberte gritado. Yo también me estoy regulando.”
“No quiero acompañarte así. Voy a respirar y vuelvo.”
Cuando tú mismo te calmas y lo decís, le enseñas con el ejemplo.
¿Qué pasa después de que se calma?
El momento posterior es clave. Podés:
- Dar un abrazo, si lo quiere
- Hablar brevemente de lo que pasó
- Agradecerle por haberse calmado
- Validar lo difícil que fue
- Nombrar lo que hicieron juntos para lograrlo
“Fue duro, pero salimos de ahí juntos.”
“Gracias por confiar en mí cuando te sentías tan mal.”
“Podemos pensar en otra forma de manejar esto la próxima vez.”
Eso cierra el momento con amor y aprendizaje.
Frases que ayudan a calmar con conexión
- “Aquí estoy, no necesitas hacerlo solo.”
- “No estoy enojado contigo, estoy aquí para ayudarte.”
- “A veces sentir mucho da miedo, pero podemos con esto.”
- “Respiremos juntos, vamos paso a paso.”
- “Estás a salvo conmigo, incluso cuando te sientes así.”
Estas frases no apagan la emoción, la acompañan hasta que se transforma.
Enseñar a calmarse sin miedo es una forma de amar
Cuando ayudas a tu hijo a calmarse sin gritos ni amenazas, le estás enseñando:
- Que no necesita tener miedo para ser escuchado
- Que sus emociones son bienvenidas
- Que hay otra forma de salir del desborde
- Que siempre puede volver al vínculo
Y eso, más que calmar por fuera, le da paz por dentro.
Me alegra haber compartido este espacio contigo.
Si deseas seguir explorando herramientas para criar con amor y presencia, te invito a leer también: